Desde bien pequeño rápidamente aprendió a diferenciar entre lo que le gustaba y lo que no.
Ni sabía cómo lo hacía, quizás sería por intuición, pero discernía fácilmente entre lo que le hacía sentir mejor o peor, atendiendo pronto a encontrar sus “claro que sí” y sus sorprendentes “por qué no”.
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