Camaleón

 
Desde bien pequeño rápidamente aprendió a diferenciar entre lo que le gustaba y lo que no. 

Ni sabía cómo lo hacía, quizás sería por intuición, pero discernía fácilmente entre lo que le hacía sentir mejor o peor, atendiendo pronto a encontrar sus “claro que sí” y sus sorprendentes “por qué no”.

Seguir leyendo...
El asunto es que creció mirándose el ombligo, aprendiendo cada vez más a hacer caso omiso a las teorías impuestas por su educación y el mundo “mayor”. Para mí era siempre muy importante su opinión, y es que él tenía las claves de cada uno de los movimientos en los que vivía yo. 

Cuando él decidía que algo le gustaba, me inyectaba hacia ello motivación, evitando yo resistirme a nada sin su previa indicación. 

Había situaciones que lo agitaban, otras que lo calmaban, pero como maestro descubridor, él siempre se levantaba con alguna nueva inspiración. 

Al principio era todo un descubrir, el sabor a nuevo: nuestro elixir. 

Transcurrieron jornadas largas y dilatadas, experiencias instantáneas y emociones de esas que para siempre quedan tatuadas. 

Gracias a él y a sus inquietas siempre curiosas patas, exprimí en vela cientos de mágicas noches estrelladas, recorrí a pedales parajes inolvidables, ascendí a cimas de nunca antes transitadas colinas, y brinqué cordilleras campo base de mis pasiones más intensas. 

Por su impulso fui capaz de atreverme a disfrutar de esas miradas que tan de cerca el interior te llegan a rozar. 

Me hizo siempre abrir los ojos al más acá, enseñándome los valores de todo aquello inmenso que mis brazos podían abarcar, mostrándome cual tesoro lo que mis dedos tenían la suerte de fácilmente alcanzar. 

Dieron vuelta los relojes, los segundos entrenaban mejorando sus marcas personales en imparables maratones. Disminuyeron las novedades, aumentó la sabiduría, pero a un ritmo menos rápido que la capacidad de sorprenderse se asumía. 

Fue cuando empecé a dejar de comprender sus ausencias o sus frecuentes idas y venidas. Apareció el miedo y con él la parálisis y la frustración, justo en esa época en que empezaba a escuchar “ya te estás haciendo mayor”. 

De repente, me cercioré de que mi compañero empezaba a ausentarse esporádica e intermitentemente.  
Pensé que quizás de mí todo dependía, pues empezaba a llevar muchos otros temas y de él a veces me distraía. 

Cuando me concentraba, le encontraba, y en cuanto él sonreía, yo me motivaba. 

Seguimos fieles inseparables compañeros, hasta que un día no le hallaba. 

Empecé a observarle a escondidas con cierto recelo. 

En algunas ocasiones, aparecía de la nada como un alud de alegría que iluminaba cualquier aventura inventada. Otras, por mucho que lo buscara, me dejaba sin noticias en el vacío, sola, triste y abandonada. 

Comprendí que algo extraño estaba pasando, me cuestioné por qué a veces me movía para que a un plan me lanzara, y al día siguiente con ese mismo plan me derrocaba. Quizás me sorprendía con algo distinto que sí me motivaba, o con lo mismo de ayer que de una nueva generosa forma muy especialmente valoraba. 

Estaba empezando a volverme loca y, dejando de estar dispuesta a dejarme llevar por tal vaivén del libre albedrío y del sin saber, aquella madrugada trasnoché, y mientras él dormía, entre ceja y ceja una microscópica cámara le coloqué. 

Él hacía lo que quería, sabía perfectamente que me controlaba y actuaba con táctica, premeditación, estrategia e intención totalmente consensuadas. 

Me seguía a todas partes, siempre conmigo estaba, pero aparecía o se escondía según sentía yo administraba. 

Lo más interesante de mi investigación llegó cuando observé y comparé su actuación en tan diversos momentos, lugares y situaciones a donde iba yo. 

Cuando dormía, algunas veces me abrazaba, induciéndome al plácido descanso tras una dura jornada. Otras me hablaba y no callaba, sacando temas y proponiéndome llamas, casi dándome ganas de saltar de la cama para ponerme a inmediatamente ejecutarlas. 

Al final normalmente el cansancio le vencía y me desconectaba, para amanecer recuperado y más armonioso la siguiente mañana. 

Cuando desayunaba, al oído me susurraba las ventajas de empezar las horas bien alimentada. 

Al salir a caminar veíamos el sol y él me convencía de los beneficios de moverse tomándolo con continua moderación y protección. 

Si pedaleaba, “lo estás haciendo muy bien, sigue así”- él me gritaba. Se esforzaba en que disfrutara y me proponía durante la actividad esta tarde repetir si no estaba cansada.

Cuando sabía que tenía que nadar, solía esconderse y remolonear, pero cuando me sentía en el agua – “¿seguimos un par de largos más?- me pregunta sin cesar. 

Para algunas actividades de piel con piel, de sentirse y dejarse mirar, si es con la compañía adecuada, él nunca podía faltar, guiándome a perderme por el infinito sin retorno de sus ganas-laberinto en espiral. 

Imagen: Amaya San Martin
Yo tengo un amigo que viene y va, que es de mis movimientos el motor más vital. Vive conmigo recordándome que aunque a veces falla, he de nunca dejarle escapar. 

Cuando miro a las demás, me encanta investigar cómo le tratan en su cotidianidad. 

Hay gente que tiene muchos, otras menos e incluso quienes dicen que aparece y desaparece sin avisar. Existen personas que lo tienen pero nunca pueden hacerle caso de verdad, y las que se aburren de usarlo sin cesar. Pero envidio sobretodo a esas que parecen nunca perderlo y compartirlo con una sonrisa sincera de alegría y generosidad. 

El mío es tan grande y le tengo tanto cariño, que cuando desaparece me inquieta al desatino, pero cuando está, es mi principal espíritu de creativa actividad. 

Va y viene, me incita, me activa y nada lo detiene, aparece y desaparece, se transforma y dota de movimiento e intensidad lo inanimado cuando quiere de verdad. 

Quita miedos, pone alas, levanta pasiones y rellena de vida los más recónditos rincones. 

Se tiene, se da, se levanta, se dilata, tiene estados y sube o baja. 

Constituye mi voluntad, mi atención, mirando con un ojo en cada dirección, guía mi pensamiento y desata mi acción. 

Es caprichoso y versátil, se mimetiza con las sonrisas, con los colores de los miedos, con los de las ilusiones y deseos, empapándose de alegrías, diluyendo tristezas y encendiendo el propulsor de los sueños. 

Es mi valor, mi esfuerzo, mi energía e intención; es mi mejor amigo, ese incoherente pero fundamental presente, mi siempre comprensivo incomprendido motor: mi ánimo camaleón. 

@)-;-

No hay comentarios:

Publicar un comentario